El sexo había sido excelente. Estábamos sentados en la cama, desnudos y agitados, contemplando el vacío. Manteniendo una pausada conversación de relleno, acariciándonos distraídamente. Sentí que te amaba. Dolor porque sabía que no eras mío. Venís de vez en cuando a garcharme y nada más. Y aunque sé que ilusionarme con algo más es al pedo, igual lo hago. Porque es así, eso no se elige. Se siente en lo profundo del pecho, en un lugar muy adentro que no se deja manipular, un lugar entre las costillas donde resuena el alma. Ahí yace el amor que te tengo, danzando con la angustia que eso me provoca. Lo siento cada vez que te veo, cada vez que pienso en vos. Como agua que me ahoga llegando hasta mi garganta. Me araño el pecho pero es inútil. El dolor está muy adentro. Y aunque me abriera el tórax con una sierra igual no lograría alcanzarlo porque se esconde aún más lejos, en un lugar intangible, donde no sabemos pero sí sentimos.
Nos vestimos lentamente al borde de la cama y cuando terminás de calzarte los zapatos me das un beso en la mejilla. Tus ojos me miran con nostalgia y esto huele a despedida. No decís nada pero yo lo entiendo. Y, aunque ambos hacemos promesas de juntarnos, sé que no te voy a volver a ver. Ese beso cálido en el cachete fue la mejor despedida que podías darme.
Te odio por no amarme, pero te entiendo. Te odio pero me muero por volver a besarte. Por sentir tus manos recorriendo mi cuerpo. Por tenerte adentro mío. Por fusionarme con vos.
Voy a llorar hasta que no me queden lágrimas. Voy a masturbarme pensando en tu pija. Voy a desearte hasta que ya no pueda recordar tu cara. Y cuando la olvide te dibujaré una nueva y todo el ciclo comenzará de nuevo.