Me hace transpirar el frío. El calor. El frío mezclado con el calor por el exceso de abrigo que llevo siempre, por desconfianza al equilibrio natural de mi cuerpo. Aunque haga un calor hirviente, si veo que viene una cuadra de sombra me abrigo por precaución, sólo para transpirar en la siguiente. Uso siempre una musculosa abajo de cualquier otra prenda, pantalón de corderoy en primavera, botitas de gamuza en verano. Capas de cebolla a punto de reventar una abajo de la otra, remera térmica, remera de manga larga, buzo de friza y campera por si está fresco. Es la amplitud térmica lo que me hace transpirar.
O cualquier tipo de calzado sin medias, en particular ojotas. Andar descalza y que se me pegue la mierdilla microscópica del piso en los pies con la tranpsìración, formando un lodo propenso a la micosis entre los dedos. Sentirme olor a pata desde el piso hasta la nariz. Sentir adelante de alguien el tufo de la remera que se secó mal sobre mi cuerpo húmedo, la ráfaga de olor a concha menstruada sobre colchón de toallita.
Hay situaciones que generan que se me forme una película de agua en las manos y me sea imposible manipular lo que sea. Abrir un vino, desatar un nudo, cambiar una lamparita. Tocar llaves, tornillos, manipular herramientas en general. Cuando veo que no puedo escribir en el celular porque mis dedos chorrean, lo que tengo que hacer es respirar profundo, exhalar, secar el celular con la remera, ponerlo en un bolsillo, arrastrar las manos por el pantalón y volver a intentar más tranquila. En general no funciona porque el líquido no deja de emanar.
Que me vuelva a la cabeza algo que me dio vergüenza me incendia las mejillas y eso hace que me brille el bigote. Igual que mentir. Darme cuenta de que me equivoqué, tirar onda, ser goma, dudar de todo siempre. Decir todo, siempre, nunca. No decir nada cuando tengo que decir algo. Los silencios. No poder quedarme callada. Mis intentos de caerle bien a las personas. Que me caiga mal alguien que se parece a mí. Llegar tarde, estacionar en lugares chiquitos, cocinar para más de dos personas. No saber cosas básicas. Las cosas fuera de su lugar. Que se rompan las cosas. Decirle las cosas a todo.
A veces transpiro sólo con saber o imaginarme que me están mirando. Con tocar o que me toquen las manos, apoyar las manos sobre otro cuerpo vestido o desnudo. Que me digan hola, que me hagan preguntas de cualquier tipo. ¿Corrientes es para allá? ¿A qué te dedicas? ¿Qué te gusta que te hagan? ¿Votaste bien?
Transpirar me pone tan nerviosa que transpiro más. Me da un calor sofocante la necesidad de depilarme el orto y no lograr sostener separados los cachetes del culo mientras una desconocida esparce una textura viscosa y caliente en mi ano para después tirar de ella. No poder evitar hacerme eso a mí misma. Ser poco feminista.
Cualquier situación de proximidad con los demás hace que me imagine que tengo mal aliento, olor a chivo y que soy fea. Estar a menos de un metro de distancia de la gente hace que se me empiecen a formar gotas de transpiración que nacen abajo de las tetas y ruedan por la panza hasta mojarme toda la ropa.
Las formalidades. Las entrevistas. Las consultas médicas. La presunción de heterosexualidad. Que la ginecóloga del rosario colgando me pregunte qué método anticonceptivo uso por vigésimo quinta vez y volver a explicarle que no uso y por qué. Que me pregunte si quiero ser madre y cómo haría, que me explique que ser madre es mi derecho por ser mujer. Que me cuente que una amiga suya se embarazó de un chico gay y total qué importa, si los espermatozoides no saben de dónde salieron. Eso me hace bañar por completo la bata infame que llevo puesta mientras la doctora me da su discurso entre mis piernas. La bronca hacia los demás que siento todo el tiempo, la desconfianza, la inseguridad.
Todo lo que me emparenta con el mundo o con el otro me provoca deshidratación. Parecerme a mi mamá, escritora. Parecerme a mi papá, borracho. Ambos jotapé. Ser una borracha que escribe, o un proyecto de escritora que se ahoga en un vaso de birra. Tener que superarme. Decirles que voté a la izquierda y después decirles que es mentira para que se aferren a la verdad que quieran, eso me hace transpirar por dentro. Sospechar que soy antiperonista.
Transpiro quieta, sin hacer nada, sufriendo por todo. La abundancia, la falta de problemas reales, la falta de conciencia de los demás, mi falta de conciencia. Las ganas de despojarme de todo mientras lloro en mi casa que tiene agua, gas, internet, comida y está calentita. Me hace agua la incomodidad que siento adentro. Soy como un frasco que intento abrir y se resiste, poniendome colorada, agarrando un repasador, un cuchillo, poniéndolo entre las rodillas, haciendo muecas espantosas. Me gustaría esfumarme de mi cuerpo como algo que resbala entre manos transpiradas y estallar sobre el piso ajedrezado. Sentir que no soy de las que patean el tablero. Sentir que soy el tablero.