Entre mis amigas del club yo era la graciosa, Bárbara la inteligente, Paz la linda (las lindas siempre se llaman Paz) y Sara la yogui vegana mística.
Entrenábamos martes y jueves y jugábamos los sábados. Yo era mala, pero tenía resistencia física. Mis hermanos me apodaban Lucha pero no por Luciana Aymar, Lucha por salir del banco decían. Igual siempre me ponían hasta de arquera. Era Half izquierdo y al mismo tiempo era el engrudo del grupo así que más que por el deporte estábamos todas ahí porque éramos adolescentes a las que les importaba más salir juntas que ganar un partido contra un colegio cheto de Belgrano.
Una pretemporada en febrero mientras corríamos por la pista de atletismo y vomitábamos gancia rancio, el entrenador nos llama y nos presenta a la nueva. Nos miramos entre las chicas como pensando No hay lugar para una más, acá todas tenemos un rol, pero necesitábamos una delantera que no le pifie al arco 4 de 4 veces como Sara cuando fumaba porro antes de los partidos.
La nueva tenía el pelo largo castaño rojizo como el otoño, sonreía un poco de costado y siempre se le achinaban mucho los ojos cuando le daba el sol. Se llamaba Serena, hasta su nombre era hermoso y le quedaba perfecto. Tenía una gracia para el revés solo vista por tele y lo sabía. A veces en los entrenamientos la metía y miraba al entrenador para ver si la había visto. Obvio que sí, tenía otras veinte adolescentes en el equipo con menos destreza que un pato y Serena era una gacela. Dominar el revés en una cancha como la nuestra que no era de sintético, era un gesto técnico impresionante. La pelota no gira con la misma velocidad, pero Serena lo hacía parecer fácil, casi como un paso de baile en donde ella seguía el ritmo y con el palo eran un solo cuerpo.
Nosotras no la odiábamos por virtuosa, al contrario, hasta tal vez zafábamos del descenso con su presencia. Aun así, éramos una secta y nos costaba integrarla.
En el primer partido la nueva metió un gol tan increíble que abrí la boca y se me cayó el bucal al pasto. Lo junté y nos tiramos todas encima de ella para abrazarla. Ese fue el comienzo de todo. En el tercer tiempo nos pusimos a servir hamburguesas a las chicas del equipo rival y Serena se ofreció a buscar los panes al Clubhouse conmigo. Ya era abril y esa tarde llovía a cántaros, corrimos desde el vestuario hasta donde estaba la comida y nos fuimos riendo mientras nos tropezábamos en el barro. Ese día sentí calor y frío al mismo tiempo en la espalda.
Después de ese 1 a 0 nos hicimos super amigas, íbamos en la combi juntas y nos dormíamos sobre los hombros de la otra, nos ayudábamos a elongar y nos pasábamos Algispray en los golpes.
Yo estaba de novia con Mati, el apertura del equipo de Rugby. Habíamos perdido la virginidad juntos, rara vez acababa con él, pero a mis viejos y a mis hermanos le caía bárbaro y yo pensaba que con eso bastaba.
Un martes 10 de agosto terminamos de entrenar y el preparador físico nos dijo que teníamos un estado deplorable así que varias nos quedamos corriendo un rato más en la cancha. Era de noche, Serena se había quedado solo para hacerle el aguante a las demás porque ella sabía que era la que mejor de nosotras estaba. Corrimos en silencio, los ánimos estaban bajos en el equipo, quedaba una fecha y después nos íbamos a jugar un Seven a Mar del Plata.
Siempre me extrañó que a Serena no la fuera a ver nadie. Mis hermanos nunca faltaban en la tribuna gritando alguna incoherencia, a Bárbara la iba ver su mamá todas las fechas y Paz siempre tenía algún que otro admirador. También me costaba entender cómo alguien que jugaba tan bien estuviera en la D con nosotras cuando al menos se merecía la B. Pero alrededor del tema de la familia de Serena solo existía hermetismo.
En el micro a Mardel nos sentamos juntas y Paz iba con Barbie en los asientos de adelante. Sara estaba comiéndole la cabeza al entrenador para que agregue un saludo al sol cada vez que empezábamos con la rutina.
La primera noche en el hotel dormimos con Serena en la misma habitación, había dos camas, pero ella se pasó a la mía para estar juntas. Hablamos hasta que nos quedamos dormidas y sin darme cuenta me dormí con una de sus piernas entre medio de las mías. En el medio de la noche abrí los ojos y ahí estábamos en la misma posición. Quise besarla, pero no me animé, quería moverme hacia atrás y adelante y tampoco lo hice. La vi vestirse a la mañana y si bien había visto decenas de mujeres desnudas, ella me provocaba no dejar de mirarla.
En el vestuario la dinámica era variada: algunas chicas se desnudaban por completo, otras se vestían directamente en las duchas y un tercer tipo como yo hacía malabares con la toalla puesta para ponerme la bombacha y el corpiño y recién ahí mostrarme. Supongo que era vergüenza por un cuerpo adolescente que todavía no se terminaba de asentar.
Serena era un enigma, nunca se desvestía delante de las demás por eso ese día que la vi cambiándose en el hotel entendí que se quería mostrar conmigo. Yo estaba nerviosa, jugué horrible, me insolé y me pegaron un bochazo en el hombro que me dejó el resto del día con hielo a la sombra. Una escena impresentable.
Nadie pensaba nada raro de nosotras, después de todo a los diecisiete años las chicas vamos de la mano, nos decimos te amo y andamos juntas todo el día. La única que se dio cuenta fue Sara, era la más perceptiva de todas. Un día mientras entrenábamos nos dijo algo así como Ustedes vibran re lindo juntas y nos reímos.
En el banco Paz se acomodaba el peinado y la pollera y mi entrenador mandaba a correr a las que estaban por entrar. Él era un deportista profesional frustrado: jugaba en la A del Club Ciudad Buenos Aires en Hockey masculino pero una piña al árbitro en un partido en un momento de calentura lo dejó con una sanción por 99 años. Tema tabú que jamás se mencionaba en el club pero que todas sabíamos. Era un poco agresivo sí, pero sólo en lo relativo al deporte. Después nos quería como a sus hijas y nos defendía de todo: hablaba con nuestras familias cuando notaba que teníamos algún problema y siempre intentaba dejarles en claro cuán importante era el apoyo de ellos para nosotras. Por eso cuando pasó lo que pasó él hizo todo lo posible.
Al Seven también iban los chicos de Rugby por lo que todos los tiempos libres que nos daba el entrenador me veía con Mati y no podía estar con Serena.
Aproveché el viaje de vuelta a Buenos Aires de madrugada para sentarme con ella mientras todos dormían, incluso Serena. Pero yo no.
La miré dormida, tenía algunas arrugas del sol al costado de los ojos, unas cejas y pestañas hermosas. Apoyé mi cabeza entre su cuello, respiré despacio para que no se dé cuenta. No se movía. Aproveché entonces y dejé caer mi mano en su pierna. Noté que se movía como si un mosquito estuviera perturbando el descanso, me asusté y saqué solo mi cabeza del espacio entre la suya y los hombros.
Un movimiento pequeño del micro la despertó, yo me hice la que también estaba dormida y le pedí perdón por tener mi mano sobre ella excusándome en que no me había dado cuenta. Me dijo no te preocupes, revisó su celular y esbozó una mueca como riéndose de algo que le mandaron.
Al rato se volvió a dormir.
Acerqué mi mano a su entrepierna, me pregunté si era del tipo cerrada como la mía o más abierta. Despacio moví la mano de arriba hacia abajo.
La sentí húmeda, seguía inmóvil. Percibí como a través de la tela de la bombacha se iba mojando y se me hacía agua la boca pensando en cómo se la chuparía.
Tenía miedo de que los demás nos miren así que abrí con cuidado mi mochila en donde estaba la campera y la saqué, nos tapé de la cintura hacia abajo.
Por un momento hasta que la vi arquear la espalda me sentí una acosadora, temí que ella les contara a todas en el equipo y que yo me tuviera que ir y no poder volver a jugar hockey en ningún club. Pero Serena me agarró la mano y me mostró el camino, no abrió los ojos hasta después de un rato mientras viajábamos a 80 km por hora en alguna localidad perdida de la provincia de Buenos Aires. Le toqué las tetas metiendo la mano por debajo de su remera, tenía la piel de gallina. Sus tetas eran chiquitas, redondas y firmes. Abrió los ojos y me agarró de la cintura, sonrió y me besó. Fue un beso lento en el que me hubiera quedado un día, ahí descubrí que besar chicas es demasiado lindo y suave. Me dijo al oído acá no, me abrazó y nos dormimos hasta que en el club la fue a buscar su mamá que, a diferencia de las nuestras, nunca se bajaba del auto a hablar con las demás.
Ese día terminé tan caliente que cuando volví a casa llamé a Mati y cogimos. Fue la única vez que acabé con él porque pensé en ella. Me sentía culpable y aliviada en igual medida.
Le conté del beso a Paz en el vestuario después de un entrenamiento mientras se pintaba los labios y me miró con los ojos bien abiertos, me agarró el brazo y me llevó a las duchas vacías. Me preguntó de todo y me dijo que hiciera lo que me parezca pero que no lastime a Mati ni deje que mi relación con Serena afecte al equipo. Sentí que ambos pedidos estaban fuera de mi alcance. Cuando estaba cerca de Serena sonreía tanto que me iba a casa con dolor de mandíbula. Nada que me provoque eso podía ser tan malo.
Empezamos a salir, a chapar por todos lados, Sara nos hacía de campana. Con Mati cortamos unas semanas después de lo del micro, él se iba a juntar kiwis a Nueva Zelanda por tres meses y no tenía sentido que siguiéramos saliendo. Serena estaba igual de confundida que yo y aunque no me lo dijera era obvio que ya tenía experiencia con esto. Me acuerdo de haberle preguntado a mis hermanos qué cosas hacían cuando estaban con una mujer y su respuesta siempre era que no me tenía que preocupar porque yo era la mujer.
Los besos que vinieron después eran siempre distintos y la intensidad iba en aumento. Ahí empecé a entender que no éramos más amigas, que no era un juego. Ella hacía chistes sobre los chicos, que eran más fuertes y que me iba a terminar yendo con uno. La realidad es que los hombres nunca me dejaron de gustar, pero en ese momento no existía nadie más que ella.
Serena hablaba todo dulce con un copito de nieve pero en realidad no porque esos te empalagan al toque y a ella quería dar besos hasta gastarla.
Al mes le regalé una caja forrada con fotos de Avril Lavigne que a ella le encantaba, adentro tenía caramelos hasta el tope y dos peluches: uno era ella y la otra yo y se daban la mano con un fieltro que los dejaba pegados. Ella me regaló un espejo con una nota que decía en el reflejo está lo más lindo que tengo.
Los eventos de fin de año hicieron que nuestros cuerpos estuvieran siempre cerca y cualquier esquina, baño, arbusto o lugar alejado se convertía en nuestro refugio.
Yo quería contarlo, Serena no. Yo quería ir al cine, salir de a 4 con mi hermano y su novia y también fantaseaba con la idea de ir al telo juntas.
Algunas veces se quedó a dormir en casa, pero yo siempre tenía que dormir con la puerta abierta y no podía hacer mucho ruido. A su casa nunca fui.
Empecé a tocarme más seguido, a mirar porno entre mujeres y aprendí a borrar historiales porque todo esto lo hacía en la PC familiar.
Ella me enseñó cosas que no aprendí con los tipos: a mirar sus reacciones y ver si lo que hacía yo le gustaba y que las dos éramos bastante activas y eso a veces complicaba la dinámica.
Igual lo más divertido era coger sin chances de embarazarnos.
En la fiesta de fin de año del Club iban a entregar los trofeos, los papás de Serena estaban ahí. Ella salió mejor deportista y yo mejor compañera. Mientras entregaban los premios de fútbol nos fuimos atrás de los baños de la pileta a chapar. Franelear outdoor era nuestra única opción porque en nuestras casas había gente siempre.
A mí me gustaba tocarle las tetas con una mano y con la otra poder acariciarle el pelo. Sentía que necesitaba abarcarla toda.
Alguien nos vio cuando habíamos terminado y estábamos de la mano volviendo y el rumor le llegó a todo el club, incluidos Mati y los papás de Serena.
Ese verano no la vi, se habían ido de vacaciones en familia a Miami y no me contestó ningún mensaje en el MSN. Yo supe que los leía porque una vez puse de Nick Que era tan serena cuando me querías había un perfume fresco que yo respiraba ella se ponía Y cada noche vendrá una estrella a hacerme compañía de la misma canción de Amaral.
La madre había mandado una carta para darla de baja de Hockey. Una conocida del club anterior en donde ella jugaba me contó que su mamá la sacó de ahí cuando se enteró que estaba saliendo con otra de las jugadoras. Yo no sabía si era cierto porque entre todo lo que hablábamos con Serena ella nunca me lo había mencionado.
Mi entrenador se ofreció a hablar con los padres para que cuando empiece la pretemporada ella pudiera jugar. Hasta ese día y los siguientes de finales de enero mientras corría en la pista de atletismo tuve la esperanza de verla llegar con el bolso y los botines. No pasó.
Fue un enero que duró 100 días, entre las juntadas y las piletas con mis amigas divirtiéndome, pero siempre esperando a que me respondiera.
Le escribí mil poemas que quedaron en “borrador”, me chapé a un par de pibes en la costa que se llamaban todos Martín, Mariano, Federico, Nicolás. La extrañé tanto que dormí la mayor parte de ese verano para que el tiempo pase más rápido.
Había días en los que lloraba de la nada. Sarita me hizo reiki, mis hermanos me prestaron la tele que estaba en su cuarto y llené un MP3 de 256mb con temas de Shakira como No, Moscas en la casa, Tu y Sombra de ti.
Me di cuenta de que no teníamos ninguna foto juntos, lloraba más por el miedo a olvidarme de su cara que por no volver a verla.
La cuarta fecha del campeonato jugué contra ella en el club al que se había cambiado, perdimos 6 a 0 aunque la marqué los 70 minutos. Cuando terminó el partido lloré al costado de la cancha, ella me miró y me sonrió.
Al final es cierto eso de que la primera siempre te rompe el corazón, pero ese año Serena además nos llevó al descenso.