Si gana Mauricio Macri voy a ir a tocarle el timbre a mi ex kirchnerista para que me coja con toda esa bronca K y sea el mejor polvo de mi vida. Si gana Mauricio Macri quiero que una caravana de pijas K envalentonadas me destruyan la concha. ¡Ay, ese semen perfumado de militancia! Quiero que les hierva de odio progresista y me explote en las tetas. Que me lo sirvan con los ojos saltones de tanto bullir, redondos y despelotados como los de Néstor. Si gana Mauricio Macri voy a llevarle orquídeas a Lautaro para que se desquite conmigo. A todos los demás también, si asume Mauricio Macri les voy a llevar orquídeas a todos los pibes K encerrados en mi deseo tribunero, de los cuales me enamoré para que no se note que me parieron gorilas que recortan historietas de Nik.
Porque cogerse peronistas, dignifica.
Son los únicos que acceden a garcharte cuando estas llorando de estrés o ansiedad, paran para preguntarte si estás bien y obedecen cuando les decís “Vos seguí, no mirés”. Y ese llanto de angustia que busca el orgasmo a las corridas, un orgasmo cansado, agotado, al menos algo, un poquito de algo que no se sabe bien qué es, pero no es eso que sale de mis ojos y hace que me gotee la vagina. La lengua K en mi concha orquideada, esa que aprieta el punto que me hace pensar en todo menos en el polvo mismo, el que me distancia de lo que fui y de lo que soy de una forma de la que yo misma no me puedo alejar. Esa pija que entra, me captura y en un blandir de huevos me escupe en algo que me hace mejor.
«No me aflojes ahora» es mi comando y él, obediente, me mete el chirlo que necesitaba. Dos veces. Mejilla derecha. Bien. El K no se rinde. El K me va a hacer acabar sea lo último que pueda dar. Si total ya está derrotado. Dale al K una posibilidad de victoria e irá por ella cueste lo que cueste. Veo lechazos como chorros sincronizados al canto de “¡Viva Perón, carajo!”, y se lo digo. Le digo que lo agarre a Perón, lo doble y me lo meta por atrás. Que me haga el orto más peronista desde la segunda presidencia. No sin antes tantear con su dedo de plan social, con su falange asignadora de calentura que traspasa el primer límite de mi ano, del ano de mis ancestros: el de mi mamá, papá, el ano de mi abuela, mi abuelo y me tiene galopando como una yegua que fue invitada a comer guiso en un patio de Lanús para conocer a su familia de quince, donde los extendidos son también los inmediatos. Unas lentejas con chorizo colorado de insipidez estatizada empujadas con pan contra mi paladar privatizado, que ahora mis labios sellan bien apretados para que no salgan los gritos, para que los vecinos no escuchen a todo el futuro de un país estimular mi vulva entera. Para que no se escuche cómo, por ésta pija K, por todas las anteriores y la promesa de muchas futuras, me cepillo el pelaje y se lo entrego a la Argentina en nombre del modelo.